Mi Código de la Circulación por la carretera de la vida.

"Yo soy solo uno. Puedo hacer solo lo que uno puede hacer; pero lo que uno puede hacer, yo lo hago" (John Seymour, 1914-2004). //La sinceridad está sobrevalorada.// Antes de hablar ten claro que las palabras sean más oportunas que el silencio.// No discutas nunca con un imbécil. Te obligará a rebajarte a su nivel y te ganará por experiencia.// ¡Cuántas veces no se pretende sólo derrotar al contrario, sino más bien hundirle tanto en lo profesional como en lo personal!// ¿Quieres ser feliz un instante (o dos)? ¡Véngate! ¿Quieres ser feliz para siempre? ¡Perdona!// Cuanto más pequeño es un corazón, más rencor alberga.// No juzgues. Todas las personas te pueden sorprender si les das la oportunidad.// Tú sigue adelante, si alguien quiere ir contigo, que tire también.// No mires mucho alrededor, sigue adelante pues como dijo no sé quién: "es preferible pedir disculpas a pedir perdón".// No es posible caer bien a todo el mundo. Hagas lo que hagas unos te querrán y otros te aborrecerán. Es inevitable.// El ser humano forma parte de la Naturaleza y es un ser vivo como los demás (árboles, zorros, libélulas, bacterias) por lo que está sometido a los mismos procesos vitales.// Las religiones son el principal enemigo de la salud mental.// Si soy normal, y hago esto y lo otro, seguro que todas las demás personas harán lo mismo o cosas parecidas.

martes, 13 de abril de 2010

Escenas siriacas I



Apamea es una ciudad de origen griego que se fundó en el 300 a. C. Lleva el nombre de la esposa del fundador. Está situada en Siria. Llegamos a Apamea al atardecer del día 31 de marzo. Eran las seis menos cuarto de la tarde y el sol estaba cayendo sobre las ruinas de la ciudad. El silencio era total, la luz magnífica. Entramos por los restos de una calle flanqueada por una columnata. A ambos lados, más ruinas emergían de campos de cereal. Sobre las ruinas pastaban rebaños de ovejas. A lo lejos, el humo iba surgiendo de las viviendas habilitadas por sus moradores en la antigua ciudadela (convertida después en castillo árabe). El viento trae los olores primitivos a establo, fuego, campo, oveja. Hay piedras por todas partes, del suelo emergen columnas, esquinas, frisos tallados. Los niños nos rodean y nos regalan flores. Algunos adultos se acercan para ofrecernos monedas griegas y romanas, exvotos de bronce, vidrios y ampollas de cristal rescatadas de entre las ruinas. Hacen sencillos chistes sobre todo ello. Sigue atardeciendo. Un macho de codorniz canta vibrante desde el cereal. Entre las columnas caza una pareja de cernícalos vulgares (Falco tinunculus), pero como están en celo, sus vuelos de caza pronto se convierten en vuelos de cortejo. Se persiguen, se atacan, chillan. A la derecha, sobre la esquina más alta de un gran sillar apenas aflorado entre un montón de piedras, un mochuelo (Athene noctua) gira de vez en cuando la cabeza. Su perfil es el mismo que el que aparece en las monedas apresuradamente robadas que nos acaban de ofrecer. El ambiente tiene algo de magia antigua. Pero estamos en Siria en el siglo XXI. Cae el sol y nos retiramos hacia la furgoneta con un ligero temblor, será que ha refrescado.


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