Mi Código de la Circulación por la carretera de la vida.

"Yo soy solo uno. Puedo hacer solo lo que uno puede hacer; pero lo que uno puede hacer, yo lo hago" (John Seymour, 1914-2004). //La sinceridad está sobrevalorada.// Antes de hablar ten claro que las palabras sean más oportunas que el silencio.// No discutas nunca con un imbécil. Te obligará a rebajarte a su nivel y te ganará por experiencia.// ¡Cuántas veces no se pretende sólo derrotar al contrario, sino más bien hundirle tanto en lo profesional como en lo personal!// ¿Quieres ser feliz un instante (o dos)? ¡Véngate! ¿Quieres ser feliz para siempre? ¡Perdona!// Cuanto más pequeño es un corazón, más rencor alberga.// No juzgues. Todas las personas te pueden sorprender si les das la oportunidad.// Tú sigue adelante, si alguien quiere ir contigo, que tire también.// No mires mucho alrededor, sigue adelante pues como dijo no sé quién: "es preferible pedir disculpas a pedir perdón".// No es posible caer bien a todo el mundo. Hagas lo que hagas unos te querrán y otros te aborrecerán. Es inevitable.// El ser humano forma parte de la Naturaleza y es un ser vivo como los demás (árboles, zorros, libélulas, bacterias) por lo que está sometido a los mismos procesos vitales.// Las religiones son el principal enemigo de la salud mental.// Si soy normal, y hago esto y lo otro, seguro que todas las demás personas harán lo mismo o cosas parecidas.

domingo, 6 de febrero de 2011

¿A quién le interesa la Naturaleza? Santuario Nuestra Señora de Oro (Zuya. Álava. País Vasco. España)

Esta mañana hemos ido de paseo a ver aves al Santuario de Oro (30T0514144/4753418. 818 m), en el término municipal de Zuya, provincia de Álava (España). El día estaba precioso. Para ser un 6 de febrero, el día estaba radiante. Brillaba el sol, el cielo estaba limpio de nubes, hacía más de 7ºC y los pájaros cantaban alrededor.
Mientras paseábams por los altos pastizales, del bosque que hay a uno y otro lado del cortado, pasaban los pinzones vulgares (Fringilla coelebs) lanzando su poderosa voz. Tanto a un lado como al otro se extienden enormes bosques de robles y hayas desde los que subía el reclamo del carbonero (Parus major). Había tantos cantos que se diría que estábamos en primavera. Nubes de mosquitos suspendidas en el aire podían engañarnos, pero el suelo congelado a nuestros pies nos recordaba que estamos en invierno y que aún falta lo más duro de la estación. En el techo de uno de los atrios laterales de entrada en el edificio, el resto del nido de una golondrina daurica (Cecropis daurica) se alza como una muda denuncia contra el bárbaro (persona, animal o cosa) que cada año, cada vez que la pareja conseguía terminar su nido, lo tiraba al suelo. Hasta que la pareja desistió y abandonó el lugar. Allí ha quedado la marca como denuncia perenne.

El día era tan bueno que las lagartijas han salido a cazar, abandonando de momento sus refugios invernales. Entre los matorrales que flanquean el camino, bullían currucas capirotadas (Sylvia atricapilla) y petirrojos (Eritachus rubecula). Nos hemos acercado hacia el roquedo de la solana del cordal, para ver si podíamos ver alguna de las escasas parejas de cuervos (Corvus corax) que habitan el País Vasco, o alguna otra ave rupícola. Pero toda la pared rebullía de escaladores y al sol brillaban todos los enganches y pitones instalados en el roquedo para practicar la escalada "natural". Si algún ave vive todavía allí, hoy había salido pitando con tanto dominguero colgando de la pared dando voces.
No hemos visto ni una pareja de rupícolas. Sin embargo, al rato ha aparecido una pareja de chovas piquirrojas (Pyrrhocorax pyrrhocorax), se ha acercado a la pared, ha revoloteado un poco y ha remontado el vuelo hasta desaparecer. Demasiado jaleo, me parece. Por los árboles revoloteaban y buscaban entre las ramas cantidad de carboneros, hemos contado más de diecinueve distintos.
Por entre los arbustos encaramados en la solana, a pleno sol, mariposas de variados colores, amarillas, blancas, marrones, se afanaban no sé muy bien en qué. Pero con mucho entusiasmo y constancia. Los abejorros zumbaban a nuestro alrededor sobre los brotes de encinas, hayas y robles. Tanto las hayas como los robles están a punto de romper. Cuando pasa un ave, su sombra nos sorprende, y parece que el sol guiña un ojo.

Hemos llegado a los 900 metros, en el punto 30T0514722/4753420. Desde allí, con todo el valle a nuestros pies, hemos iniciado el descenso.

Un carbonero entre las ramas cubiertas de líquenes de un roble.



El roquedo calizo, momentáneamente solitario, sin escaladores.


El valle de Zuya desde el Santuario de Oro.


Bosques sin hojas de hayas y robles, con las yemas de sus dedos deseando reventar.
A la golondrina dáurica le tiran el nido, los escaladores vocean, clavan sus hierros en las paredes, ahuyentan a las aves del cortado,... tengo la impresión de que la Naturaleza no le importa a nadie. Sin embargo el día es tan bello que ayuda a apartar pensamientos lúgubres. Hay mucha gente paseando, sin atacar a las aves ni a la flora. A pesar de que desde lejos llega el petardeo de una moto de trial y de algún quad todo terreno, los paseantes son la esperanza de que el amor a la Naturaleza se sobrepondrá a sus abundantes enemigos.

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